Cualquier persona que me siga en redes sabe que estoy frenética con la llegada de la película de Barbie. La explosión de color, el proyecto dirigido y co-escrito por una mujer (que de paso es Greta Gerwig, a quien de entrada ya amaba con locura), los teasers durante meses. Yo era más bien una niña Polly Pocket, como mi mamá tuvo la (in)decencia de señalar en Twitter… pero no hay escapatoria de la iconografía Barbie en ninguna parte del mundo.
¡Y es que Barbie es tantas cosas!
Barbie es astronauta, developer, bailarina, panadera. Barbie es Elizabeth Taylor en Cleopatra, Cher en los años 70, Iris Apfel y Ava DuVernay en la actualidad. Barbie es propietaria de inmuebles, famosamente de su casa en Malibú, además de tener infinidad de carros propios, todos rosados y escandalosos. Además, tenemos que asumir que Barbie es el sustento de sus hermanitas Skipper, Kelly, Stacie y Chelsea, porque es a Barbie a quien vemos adentrándose en todas las profesiones posibles. Otra freelancer saltando por distintos oficios, dígalo ahí.
Barbie es un color: cuando digo rosa Barbie sabes exactamente de qué tonalidad te estoy hablando. Tradicionalmente, Mattel ha utilizado el Pantone 219C en los logos, packaging y materiales promocionales de la marca Barbie. Es un tono reconocible que en los últimos meses ha hecho boom en TikTok, con gente fashion de todas partes del mundo incorporándolo a sus outfits para verse bien Barbiecore.
Barbie es el estándar imposible. Alguna vez leí que una mujer no podría mantenerse parada si tuviera las proporciones de Barbie; no sé si será cierto pero es una idea que me dejó marcada. La Barbie clásica es la representación del ideal eurocéntrico: una mujer bella, rubia de ojos azules, de proporciones perfectas, elegante y perpetuamente entaconada porque sus pies literalmente no se hallan en zapatos planos.
Barbie es insulto. Decir que una mujer es una Barbie es llamarla bella pero vacía, cabeza hueca; más preocupada por su apariencia que por su cerebro. A Elle Woods constantemente le decían Barbie despectivamente por bonita, por rubia y por siempre andar de rosado. Es un insulto que en el fondo suele ser un llamado a bajarle dos a lo femenino: te fuiste tres pueblos con la femineidad, amiga, esas demostraciones son excesivas.
Eso es lo que es Barbie de la forma más palpable en La Cultura™️: una representación casi totémica de la feminidad. Es el juguete de niñas por excelencia y, por ende, uno de los pocos espacios en los que tradicionalmente se explora (¡y explota!) lo femenino. Barbie está ideada como un producto mitad aspiracional y mitad representativo. Es un ideal imposible, sí, pero ¡también tiene sueños, esperanzas y carreras; es como tu mamá, tu tía y tus primas grandes!
Como representación de lo femenino, también ha sido un estandarte en la comunidad LGBTQIA+. Se habla de hiperfeminidad entre las femmes, o sea, las mujeres gay (usando gay como un espectro que incluye todo lo que signifique no ser hetero) full femeninas; es una imagen que también se asocia con el rosado, con los pasteles, con las muñecas y específicamente con Barbie. Una de mis drag queens preferidas tomó su nombre y estética de Barbie: Trixie Mattel, cuyo look es algo así como el de la Barbie puta barata. Igualmente, las mujeres trans a menudo se refieren a sí mismas y a sus grupos de amigas como dolls, muñecas, y obviamente la muñeca suprema siempre va a ser nuestra señorita del Pantone 219C.
(No se pierdan la carta que la actriz trans Hari Nef le envió a Greta Gerwig y a Margot Robbie pidiéndoles que fueran flexibles con los horarios de grabación de Barbie, la película. Es una belleza y una prueba más de ese lugar tan peculiar que ocupa Barbie en nuestra cultura).
Lo que quiero decir, en el fondo, es que Barbie es todas las mujeres. Es el lastre de las expectativas que la sociedad tiene sobre nosotras pero también es nuestro potencial infinito. Es el rincón de femineidad pero a la vez es la advertencia social de que parecerse mucho a eso es risible. Es la veintiúnica odontólogo, piloto, biólogo marino (y pare de contar) que va de punta en rosado. Es el yin más absoluto, cuyo yang (Ken) es una nota al pie; y, vamos a estar claros, igual el muchacho tiene ese yin bien alborota'o.
Quizá no todas jugamos Barbies, pero en las últimas tres o cuatro generaciones todas hemos vivido con Barbie, directa o indirectamente; fuimos su compañera, su víctima, o ambas. No se me ocurre ningún producto que haya tenido un impacto así de grande, o una relación así de complicada con sus usuarios.
Hoy celebro vistiéndome de rosado, como si no lo hiciera siempre de todos modos. Celebro que, a través de esta figura culturalmente compleja y difícil, también se esté aplaudiendo lo femenino porque ¡cuánto nos costó llegar aquí! ¡Qué bonito que cada vez haya más espacios en los que esté bien ser ultra femenina sin tener que disculparse!
Celebro también esta anormalidad de que el juguete más famoso del mundo desde hace más de seis décadas finalmente vaya a tener su lugar en Hollywood, con una directora y un elenco a la par de su leyenda. Mientras celebro también pondero que es una locura y un absurdo que hasta Battleship haya tenido una película live-action antes que Barbie (y con Rihanna, WTF).
Lo bueno es que ahora sí llega: el momento de Las Niñas™️. El día en el que el mundo se viste de rosado en honor a la mimísima Barbara Millicent Roberts: nuestra mujer plástica, que a la vez es todas y nadie más que ella; una especie de misterio divino. Mi única decepción, pero para la que igual guardo un gramo de esperanza, es que #NuestraGreta haya dicho que la peli no incluirá el temazo de "Barbie Girl". Sin embargo, como bien decía Aqua: imagination, life is your creation!